Último post sobre nuestro viaje a Myanmar, aunque haremos alguna guía mas corta para que sea más fácil llevar en la maleta. En este caso os llevamos a visitar la ciudad de Mandalay, una de las ciudades más grandes de Myanmar, situada en la zona norte del país.

Recordad que podéis leer nuestra experiencia en Yangón, en la espectacular zona arqueológica de Bagán y nuestro trekking de tres días al Lago Inle.

Llegada a la ciudad de Mandalay

Nuestro último autobús nocturno nos llevó hasta Mandalay. Acostumbrados ya a las curvas tomadas como Fernando Alonso y a los botes en los asientos, descansamos un poco más que en los viajes anteriores. Suponíamos un viaje de 8 horas, que es lo que nos comentaron al comprar el ticket, pero llegamos en 6. A mitad del viaje nos hicieron bajar del autobús, pasar por una “zona radioactiva” y volver a subir, una tontería como un piano y que nos dió la sensación de que es una forma de seguir controlando a la población y meter miedo en el cuerpo. Allí de radioactivo no había nada.

En el mapa vimos que la estación de autobuses estaba lejísimos de nuestro hotel, así que a las 2 de la mañana no nos quedó otra que coger un taxi y que nos dejase en la misma puerta. Compartimos con una chica que iba sola y la dejamos primero a ella. Cuando llegamos a nuestro alojamiento, nuestros corazoncitos tiernos de Kalaw se habían endurecido y despertamos al chico de recepción que dormía en unos de los incómodos sillones de madera de la entrada. 

Nosotros habíamos reservado habitación para la noche siguiente, pensando que llegaríamos más tarde y que podríamos ir a recorrer la ciudad, aunque también con la esperanza de que si llegábamos antes nos dejarían dormir por la cara, como nos había pasado en otros nuestros hoteles. Sin embargo, en este hotel, con toda la lógica del mundo, nos dijeron que si queríamos una habitación teníamos que pagar la noche extra y que al día siguiente nos darían nuestras habitaciones definitivas. Obviamente no podíamos decir que no, tenían razón, así que nos acomodamos en una habitación diminuta con tres camas y dormimos como benditos hasta que un coro de palomas nos despertó por la mañana. 

Bajamos a desayunar y por primera vez vimos algo más que huevos, así que nos pusimos las botas con fruta y arroz y varios cafés para despejar nuestras agotadas mentes y cuerpos. Sole, la mas madrugadora, hizo un segundo desayuno con nosotros.

Visitar la ciudad de Mandalay

Shwe In Bin Monastery, el Mercado de Jade y el atardecer desde Mandalay Hill

Lo primero que notamos es que Mandalay y Yangón no tienen nada en común. Yangón es fácilmente accesible a pie, ya que aunque nos hicimos varios km al día, siempre encontrábamos algo digno de visitar y no se hacía pesado. Sin embargo en Mandalay todo está muy lejos, las distancias son enormes y es imposible pensar en hacerlo caminando. 

Para visitar la ciudad de Mandalay, decidimos alquilar una bici, pero como nos habíamos levantado un poco tarde, el único chiringuito que encontramos de alquiler ya no tenía ninguna y por mucho que buscamos y buscamos no encontramos otra opción. Así que no nos quedó otra que usar tuktuks todo el día, regateando al límite, porque si todo el país nos había parecido súper barato hasta entonces, en Mandalay los precios se disparan (entendednos, en niveles asiáticos) 

Shwe In Bin Monastery

Nos dirigimos al monasterio Shwe In Bin Monastery construido totalmente en madera de teca en el año 1895 por un comerciante chino de jade asentado en Birmania. Toda la construcción sigue los preceptos del budismo birmano, con tallas que describen las historias de la religión. El exterior está lleno de puertas y tejados con diferentes adornos y el interior, oscuro y con olor a polvo en todas sus esquinas, contiene grandes estatuas de madera, además de columnas gigantes imposibles de rodear con los brazos. 

El mercado de jade

A solo unos 10 minutos caminando del monasterio se encuentra el mercado de jade, el más importante del país. Esta piedra semi preciosa se encuentra en las montañas del norte y ha sido muy apreciada en la historia del país. Durante la colonia británica fue explotada fieramente por los ingleses. 

Para entrar en el mercado hay que pagar 2500 kyats por persona, nosotros intentamos hacernos los loquis pero no coló, una señora llegó hasta nosotros gritando para que apoquinásemos y allí el señor Carlo, nuestro director de finanzas, sacó los billetes. No queríamos pagar porque Mandalay es el único sitio del país en el que tuvimos la sensación de llevar un signo de dólar escrito en la cara y la verdad que nos parecía fatal que nos cobrasen por entran en un mercado, un sitio al que se va a gastar. Pero no nos quedó otra y pagamos nuestra entrada. 

No teníamos ni idea de qué esperar de un mercado de jade, pero desde luego que eso no. Parecía la bolsa de valores, con vendedores al teléfono para ofrecer la mercancía, videollamadas y ordenadores portátiles por todos los sitios, solo les faltaban los trajes de 2000 dólares y el suelo de parquet. 

Aparte de los vendedores, lo más interesante son los pequeños talleres de jade en la parte de atrás del mercado, donde los artesanos dan forma cortando, limando y tallando la piedra sin ninguna medida de seguridad, usando los pies para amarrar la piedra y las manos para tallar. 

En una de las pequeñas tiendecitas dimos con una señora muy agradable que contestó a nuestras casi infinitas preguntas sobre este material que nos tenía fascinados, pues lo habíamos visto en innumerables tiendas y además habíamos comprado unas sencillas pulseras como regalos a familiares y amigos. 

Nos explicó de dónde viene la piedra y lo que le da el precio, que es la transparencia, cuanto más se parece al cristal, más caro es. Menos mal que nos gustaba el jade verde oscuro, el más barato, porque una pulsera de jade maciza puede llegar a costar 50000 euros. 

Hicimos una compras acorde al presupuesto de mochilero, regateando y metiéndonos a la señora en el bolsillo con nuestro humor y nuestras ganas de aprender y fuimos en busca de un restaurante donde calmar los retortijones, que como todos los días se nos había hecho tarde y nos iba a dar una hipoglucemia, ayudada por el calor que hacía en ese momento en la ciudad. 

Otro tuktuk y nos acercamos a la zona del palacio real, con la intención de comer por allí y después ir a visitarlo 

Palacio real de Mandalay

Encontramos un restaurante de los de batalla el Shwe Pyi Moe Cafe, donde van a comer los birmanos el menú del día y que nos salió muy económico, con zumos y cafés incluidos. Mientras estábamos comiendo se nos acercaron tres chicas muy jovencitas, eran estudiantes de turismo en la universidad de Mandalay y estaban haciendo una investigación sobre los turistas que llegamos al país. Querían saber cómo conocíamos el país (de la tele, gente, de la tele, ¿os acordáis del Pekín Express en Birmania? pues eso), qué conocíamos de su historia y qué era lo que más nos estaba gustando. 

Todo esto con un inglés macarrónico, miradas turbadas entre ellas y caras de no enterarse de la mitad de lo que les contábamos, pero ellas lo intentaban una y otra vez. Después de casi 20 minutos sin tener claro la información que les proporcionamos, se despidieron entre risitas y deseándonos lo mejor para el resto del viaje. 

Entre tanto zumo y charla se nos había hecho un poco tarde y la vista al palacio real tuvo que quedar cancelada, una pena porque teníamos muchas ganas de visitarlo por diversas razones.

Razones para visitar el palacio real de la ciudad de Mandalay 

Razón número uno: es el palacio real, seguro que merece la pena verlo. 

Razón número dos: el último rey de Birmania vivió allí hace más de 120 años, cuando las tropas inglesas entraron al país. El rey se rindió sin presentar batalla, simplemente dijo “sí” y salió del país prácticamente sin hacer ruido, mientras que la reina deseaba luchar contra la invasión y salió con la cabeza alta del palacio rumbo a su futuro exilio en la India. 

Razón número tres: durante la segunda guerra mundial los japoneses lo usaron como zona de entrenamiento y fue bombardeado por los aliados, destruyendo casi todos los edificios, que han sido reconstruidos uno a uno a imagen y semejanza de los antiguos. Se terminaron las obras en los 90, usando algunos materiales modernos como cemento o metal pero escondidos a la vista. 

Razón número cuatro y más importante: el palacio se encuentra en medio de una zona militarizada. Está rodeado por una muralla cuadrado con gruesos muros de piedra de 2km de largo y un foso de agua alrededor. Tiene cuatro puertas, una en cada punto cardinal y no se ve nada del interior desde el exterior, puesto que justo detrás de los arcos de entrada han construido grandes bloques de cemento.

Para visitarlo, se accede a través de caminos que no te dejan ver lo que hay alrededor y solo cuando se llega a la zona del palacio se abre el espacio al turista, ya que el resto del espacio dentro de este territorio de 2×2 km es zona prohibida y no se sabe qué ocurre dentro. Este misterio nos reconcome por dentro y tendremos que volver a Myanmar porque finalmente no pudimos visitarlo. 

Pagodas cercanas al palacio real de la ciudad de Mandalay

Como cancelamos el plan del palacio real, nos pasamos a ver algunas pagodas que están muy cerca y a las que se puede llegar a pie. 

Kuthodaw Pagoda: una gran pagoda dorada, a imagen de Shwezigon Pagoda en Bagán durante la última fase del reino de Birmania. Está rodeada de cientos de pequeñas pagodas blancas con textos escritos sagrados en ellas que solo pueden leer los monjes y los budistas más estudiosos, se considera el libro más grande del mundo. Un libro difícil de leer, ya que cada piedra está dentro de estas pagodas. Antiguamente estaba escrito en oro, pero con el paso del tiempo y la invasión británica desapareció. Ahora los textos están marcados en negro y quedan algunas piedras preciosas de adorno. 

Sanda Muni Pagoda: a solo unos metros de Kuthodaw se encuentra esta otra pagoda, también con una parte dorada central, rodeada de pequeñas pagodas blancas puntiagudas. Es famosa porque dentro está el Buda más grande DE hierro, no nos quedó claro si el más grande del país, o del mundo. La verdad que entre ellas son muy similares y no creemos que sea necesario que visitéis las dos. 

Mandalay Hill

Después de esta visita, el sol descendía y queríamos ir a ver el atardecer a Mandalay Hill, actividad obligatoria mientras estás en la ciudad. El ascenso a pie son unos 30 minutos desde este punto. Se nos había ido la hora, otra vez, así que no nos quedó otra que tomar un tuktuk y hacer la subida toda prisa, por caminos medio de tierra y con el vehículo que se ahogaba en cada curva. Le pedimos al conductor que esperara para que después nos acercara a nuestro hotel y entramos a visitar la pagoda construida en lo alto de la colina y a ver el atardecer sobre la gran llanura de la ciudad y el río de fondo. 

Lo de ver el sol caer fue bastante complicado, ya que había muchísimos turistas que habían llegado antes que nosotros, como buenos previsores, así que en vez de eso, paseamos alrededor del templo, siempre en el sentido de las agujas del reloj y descalzos. Este templo es diferente a muchos otros, ya que su belleza reside en los miles de espejos mezclados con bellísimos mosaicos de colores que reflejan la luz en cada esquina. Nos hicimos muchísimas fotos, evitando al resto de los turistas, y casi una hora después descendimos por las horribles escaleras mecánicas que te llevan hasta allí. Suponemos que el ascenso a pie debe ser mucho más bonito y cansado, pero como ya os hemos dicho, no teníamos el tiempo necesario para ello. 

Cenando en la ciudad de Mandalay

De vuelta al hotel, nos cambiamos y salimos a buscar un restaurante para cenar. En Mandalay nos resultó mucho más complicado encontrar negocios que en Yangón, y deambulando por las calles descubrimos algunos mercados que a esas horas ya estaban cerrando. También hemos de decir que las calles son muy oscuras y que se siente un poco más de inseguridad que en Yangón. Encontramos un pequeño restaurante muy cerca del hotel donde nos trataron como reyes y donde el camarero era de lo más simpático. 

Visitar la ciudad de Mandalay: Antiguas capitales  

Para nuestro segundo y último día en Mandalay contratamos un tuktuk para todo el día a través de una amiga que hicimos en Camboya y que nos pasó el contacto. 

Nainglin, nuestro conductor, nos pasó a buscar puntualmente a las 8 de la mañana, muy bien vestido con un longyi y una camisa muy elegantes y una sonrisa de oreja a oreja. 

Nos había dado la opción de elegir entre coche o tuktuk, pero nosotros queríamos la experiencia completa, y es que los tuktuk de Myanmar molan un montón. Así que rumbo a las capitales antiguas de Mandalay, una hora y media de camino a la extraña velocidad máxima de 48 km/h y amenizado con las vistas del río, el perenne humo mañanero y las bromas de nuestro conductor. Hay que tener en cuenta que cuando contratas un tuktuk el conductor es eso, conductor, y no es un guía, así que no esperes muchas explicaciones históricas por su parte. 

Amarapura, Sagaing y Ava fueron las antiguas capitales de Myanmar durante diferentes períodos y aún quedan muchos vestigios de lo que fueron en forma de pagodas y edificios. 

Amarapura

Primera parada en la actual Mingún, antigua Amarapura, la ciudad que fue capital del reino a finales de los años 1700 y llegó a contar con más de 170000 habitantes. Sin embargo, un incendio destrozó casi toda la ciudad y la capital fue trasladada a Ava, por lo que entró rápidamente en decadencia, descendiendo su número habitantes a menos de 30000 en pocos en años. 

Allí podemos encontrar dos pagodas dignas de visitar, una por su inmensa belleza y otra por su fealdad. 

Pagoda Pahtodawgyi

Empezamos por la fea. Pobrecita. La pagoda Pahtodawgyi no es fea en sí, es solo que nunca se terminó de construir y por lo tanto lo que se ve es un bloque inmenso de piedras. Cuando comenzó a construirse, la intención era de que fuese la pagoda más grande del mundo, y sus dimensiones lo confirman, sin embargo, un terremoto debilitó sus cimientos y decidieron abandonar la empresa cuando el rey murió. 

Visitarla es más una curiosidad que una obligación, ya que el interior es diminuto, con un Buda hortera, de los luces de colores por detrás. Sin embargo, creemos que lo mejor que puede darte la pista sobre su increíble tamaño es acercarse al río, allí podréis ver la base de lo que habrían sido los leones para guardar sus puertas, y entonces es cuando tus ojos toman constancia de la magnitud del proyecto. 

Hsinbyume Pagoda

Por otro lado, la visita obligatoria en Mingún es la increíble maravilla de la arquitectura y del arte la Hsinbyume Pagoda, construida a principios de 1800 se dice que representa el universo, con 7 círculos de terrazas concéntricos en diferentes niveles y una pequeña pagoda en lo más alto. 

Sus terrazas blancas con formas de olas son de una belleza exquisita y lo mejor es la ausencia de gente, tanto de turistas como de locales, por lo que en la visita estaréis casi solos. Esta es una de las muchas razonas por las que Myanamar nunca deja de sorprenderte, siempre hay algo más bonito esperando para el día siguiente y desde luego que una parada obligatoria al visitar la ciudad de Mandalay 

Desde la parte más alta se puede divisar perfectamente el río y, si tenéis tanta suerte como nosotros con el cielo tan azul, hacer unas fotos espectaculares. Además, tiene un aire de abandono que le da un aspecto aún más especial. Eso sí, cuidado con los pies descalzos, pues el abandono conlleva mucho polvo y bastante basura. 

Sagaing 

Esta ciudad, de unos 70000 habitantes se caracteriza por el gran número de monasterios y pagodas que se erigen en su territorio y que, vista de lejos, impresiona por la cantidad de oro que se ve en el horizonte. 

Nuestro conductor nos llevó a una de las mejores pagodas que hemos visto en Myanmar. Parece que nos repetimos constantemente diciendo lo mismo ¿pero no os hemos contado que este país cada día es mejor?

Visitamos varias pagodas en su exterior y también paramos en un par de miradores para ver el río y los cientos de templos asomando entre la vegetación. La parada en Sagaing fue en la Pagoda Soon Oo Poo Nya Shin. 

Pagoda Soon Oo Poo Nya Shin. 

Hay gente que nos pregunta que cómo nos acordamos de tantos y tan raros nombres, pero la explicación no es otra que es que los apuntamos mientras viajábamos, porque sino sería imposible. 

Esta pagoda es una de las más antiguas de la zona, data de 1312 y su opulencia destaca entre las demás. Un Buda ricamente adornado con jade y metales preciosos preside la sala interior (en la que por cierto no puedes hacer fotos con la cámara pero sí con el móvil), pero lo más bonito es el exterior. 

Las vistas sobre el río y el valle son increíbles, mejor que en algunos miradores. Además, los suelos están decorados con azulejos de colores colocados en perfecta sintonía. Completan el conjunto las columnas y los muros adornados con espejos y miles de colores. Aquí también estuvimos solos y disfrutamos cada minuto. 

Una vez salimos extasiados de tanta belleza y por la sorpresa de encontrar un templo de estas características, Nainglin nos llevó a un bonito restaurante donde comimos con tranquilidad deliciosos platos y refrescantes zumos de frutas. 

U Min Thone Sae

Otra de las pagodas coloridas que visitamos fue la U Min Thone Sae, con tantos colores y oro que hacía daño a la vista. Por allí paseamos durante más o menos media hora y curioseamos por todas sus salas. Como dato curioso, fue en el único sitio que visitamos ese día en el que nos pidieron cubrir los hombros en señal de respeto y Carlo al ir en pantalones cortos no pudo entrar a la sala semi circular con decenas de budas.

Ava o Inwa

Inwa, capital desde el siglo XIV al XVI y después un tiempo más antes de que se construyese Amarapura. Para llegar es necesario tomar un barco y cruzar el río. El precio del barco está incluido en el ticket que se paga poder ir a todas estas antiguas capitales y no se tarda más de 5 minutos. 

Naglain y su tuktuk se quedaron esperándonos al otro lado del río y quedamos con él para dos horas después. Parece que dos horas pueden ser suficientes para dar un paseo, pero resulta que Ava ocupaba un territorio grandísimo y los lugares que hay que visitar están alejados entres sí por varios km. Por ello, lo más típico es alquilar una calesa con pequeños caballos para hacer el recorrido. 

A ninguno de los tres nos gusta demasiado este negocio, así que decidimos caminar, aún sabiendo que no podríamos visitar todo lo que entra en la lista del turista. La verdad es que ya llevábamos muchas pagodas y monasterios durante el día y no nos importaba perdernos alguno. Nuestro paseo nos llevó por campos de diversos frutos tropicales y arroz y atravesamos varios pueblos en los que los lugareños estaban sentados en la puerta de sus casas viendo la vida pasar y los niños jugando en las calles. 

El monasterio Bagaya

También hicimos varias visitas, claro. El monasterio Bagaya, uno de los más antiguos e importantes de la antigua capital Birmana, muy similar al que habíamos visto el día anterior del comerciante chino en la ciudad. Impresionantes las largas columnas de teca, algunas de casi 60 metros y de una sola pieza.

Monasterio Maha Aungmye Bonzan

Nuestros pies nos llevaron a visitar al antiguo monasterio Maha Aungmye Bonzan, construido por la reina Nanmadaw Me Nu como residencia para su preceptor religioso. Su color amarillento y su base casi hueca, por la que se puede caminar, lo hacen una visita única. 

De vuelta al barco que nos tenía que devolver a nuestra orilla original, vimos de lejos una de las pagodas doradas más grandes de la zona, pero desistimos en visitarla, tanto por falta de tiempo como por repetición, ya que las pagodas doradas son las más comunes hoy en día en el país. 

U-Bein Bridge

Nuestra última parada era el famoso de U-Bein bridge, donde cientos de personas se reúnen cada día al atardecer, cuando el sol cae y se puede ver a través de sus columnas de madera, haciendo de las siluetas de los caminantes un espectáculo digno de ver. 

Fue en este pequeño recorrido cuando Carlo decidió que quería pobar a conducir el tuktuk y Naglain, ni corto ni perezoso, le dijo que ningún problema. “Go on, my friend”. Así que durante unos kilómetros Sole y Marta fueron detrás, mientras que los chicos iban en la parte de delante y los locales saludaban a Carlo partiéndose de risa. 

El puente U-Bein Bridge, que en su día formó parte de uno de los palacios reales, es el más largo y más antiguo puente de teca del mundo, con 1.2 km. Está sostenido por más de 1000 pilares y, a pesar de su avanzada edad (más de 150 años) está intacto, lo que demuestra la fiabilidad de este material para la construcción. Atraviesa el lago Taungthaman y es muy útil para los locales, que lo usan a diario. 

A la hora del atardecer la zona se llena de gente y es el único sitio en el que nos sentimos un poco agobiados por la cantidad de turistas (incluidos nosotros). En diciembre el nivel del lago es muy bajo y se puede caminar en paralelo al puente, aunque avisamos que es un barrizal y desmerece un poco la vista. Se puede subir a un bote (previo pago de unos 5000 kyats por persona) pero en esas condiciones del agua, no creemos que sea necesario para poder disfrutar de las vistas. 

El momento más bonito es cuando el sol está casi tocando el horizonte, el cielo se vuelve de color naranja, con la bola roja tocando los prados verdes y la silueta negra del puente hace que se vuelva mágico. A pesar de la popularidad de este lugar, donde los novios birmanos suelen ir a hacerse fotos por sus bodas, creemos que esta sobrevalorado y que hay otros miles de sitios más impactante en el país. 

Última noche en Myanmar

Con mucho pesar, pues era nuestra última noche en Myanmar, volvimos a nuestro tuktuk y regresamos al hotel, despidiéndonos de la ciudad y del país camino de Mandalay, comentando las maravillas que habíamos visto y lo impresionados que estamos por todas las cosas que habíamos hecho durante nuestro viaje de dos semanas en Myanmar. Habíamos aprovechado bien el tiempo, y si bien en Mandalay nos habríamos quedado un día más para poder visitar la ciudad más tranquilamente, creemos que habíamos visto casi todo lo que teníamos apuntado. Lo único que nos faltó fue Golden Rock y el Palacio Real de Mandalay. 

Para celebrar nuestro fin de viaje, nos pusimos guapos. Marta y Sole con sus longyi elegantes y Carlo con su camisa hecha a medida en Vietnam (aquí os contamos cómo conseguir una camisa en Vietnam en menos de 24h) y nos dirigimos a un restaurante de alto copete para darnos un capricho, en Ginki Restaurant. Varios margaritas y cervezas después, habíamos terminado definitivamente nuestro viaje y no queríamos irnos de allí. Abonamos la cuenta (34 USD entre los tres) y volvimos un poco desanimados al hotel. Tocaba hacer la mochila y prepararnos para nuestro vuelo de por la mañana a Bangkok. 

Escribir sobre Myanmar ha sido una de las cosas más difíciles que hemos hecho para este blog, los recuerdos se acumulaban y las páginas no paraban de crecer y por eso os hemos presentado este país en diferentes posts. Para nosotros era un destino especial, aunque ni siquiera sabíamos las razones y resultó que no estábamos equivocados en nuestras expectativas, es más, fueron superadas con creces. Visitar la ciudad de Mandalay fue la guinda perfecta del pastel

Cualquiera que nos pregunte sobre nuestro viaje de más de cinco meses sabe que las dos semanas que pasamos en Myanmar fueron las más especiales. Es un país lleno de pagodas de oro, calles donde las ratas campan a sus anchas y las sonrisas dibujan el rostro de sus habitantes, y todo esto forma parte de su encanto, incluso la comida poco sabrosa de Yangón o el humo mañanero. 

Queremos animar a los viajeros a visitar este increíble país, antes de que cambie su estampa, antes de que llegue el agua corriente a las aldeas y los niños dejen de emocionarse al verte, porque debe ser uno de los pocos reductos asiáticos que mantienen viva su manera de ser. 

Gracias a todos por leernos, como siempre. Si os ha gustado nuestro viaje, no dudéis en dejarnos un comentario. También podéis seguirnos en nuestro instagram @twolivesdownunder

Nos vemos la próxima semana con un nuevo post muy interesante,

Un abrazo,